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ISSN 1989-4163

NUMERO 74 - VERANO 2016

Viejo

Francisco Gómez

 

     

A Jorge Guillén
“De Senectute”

Viejo, viejo. Viejo
Alegres los ojos
Ávido el deseo

Viejo, viejo, viejo
Ligeras las barbas
y sabios los huesos

Viejo, viejo, viejo
Parlanchín aún
Cerca del silencio

¿Es triste envejecer? Sentir que te abandona la plenitud, la fortaleza de antaño. Intuir que en tu mochila pesa más la mirada hacia atrás
que los días que aún quedan por venir...

Sentir que tus jornadas caminan hacia la antesala del último día, el gran misterio. Hablas, escribes sin saber, porque aún no estás en este estadio de la vida. El último eslabón, signo de haber recorrido los anteriores. El niño que soñaba un mañana desconocido, el adolescente abierto a todos los horizontes, todas las posibilidades por descubrir. La llegada gloriosa y enorme del amor. El joven que espera culminar sus expectativas pero las arañas sociales tejen sus redes para aprisionarle, hacerle convencional en un mundo de mediocres, atrapado lentamente por las grandes palabras. El adulto que empieza a preguntarse cuántas veces ha traicionado al niño que se esconde, al joven que no quiere marcharse. Las expectativas rotas en los círculos de la normalidad. El adiós a los grandes sueños, las metas truncadas en una carrera de pérdidas. Los muchos hombres que ya nunca serás para reducirte al hoy, ahora, limitado, pequeño. Derrotado.

¿Es triste envejecer?
Circunloquios, argucias, floreos
se desviven negando la evidencia
Esta limitación que, silenciosa,
nos reduce su círculo y se imprime
Como el menos cruel de los finales,
Esta conciencia del final... Los días,
oscuros y radiantes, nos sitúan
Como un espectador, actor a veces
Junto a los ríos que nos enamoran

 

Joaquín está sentado junto a su padre en un banco del parque durante las horas más dulces de la tarde. Le observa con atención. Las arrugas que coronan su rostro y frente, los ojos cansados tras tanta lucha, tanto esfuerzo, la sonrisa desdentada y sus manos antes fuertes, hoy temblorosas. La sonrisa y los ojos abiertos en la contemplación de su nieto. Joaquín está viendo a su padre y se está viendo a sí mismo cuando tenga treinta años más, un soplo en el ciclo de la vida, un instante, un frenesí, una corriente que le arrastrará a la senectud. El río del tiempo que no respeta a nadie y arrolla a todos. El hombre plagado de interrogantes que ahora es, el viejo que no sabe cómo será. Lo más probable es que su padre sea el gran espejo donde mirarse. Ahora en la mediana edad descubre indicios en su padre del viejo que algún día podrá ser. La fisonomía de su cara, de un cuerpo vencido, treinta, cuarenta años después. Pero con un equipaje distinto. Nadie es igual a nadie y los recuerdos, las emociones, las ilusiones y derrotas no tendrán el mismo escaparate que cuenta su padre.

Una duda le corroe el alma. ¿Algún nuevo y definitivo amor le acompañará hasta el final del camino?¿La soledad será su perenne compañía hasta los postreros días? ¿El amor ya no esperará alegre y gozoso a la vuelta de cualquier esquina en las jornadas de la intrincada mediana edad? Joaquín sabe que puede aguantar la ruta con la compañía del hombre converso consigo mismo aunque sabe que no es el mejor compañero para los días inciertos y las noches desoladas. Ruega que sus pasos no siempre estén marcados por el silencio pero ya no sabe qué esperar, si la esperanza todavía es posible... Si el amor volverá a bendecirle con su presencia algún bienaventurado día

Corre el tiempo más que antes
Años, años, vagos datos
Parecen extravagantes
Nuestros antiguos retratos

Observa las fotos de su padre cuando era joven en la playa. Él, niño en la arena, cobijado en los brazos protectores de sus progenitores, la mirada atenta y amorosa de su madre. El tiempo, ese terrible y silencioso testigo de la edad, ha acribillado con recuerdos y decadencia las imágenes. Las fotos, instantáneas de un tiempo huido, de unas horas en las que nos comíamos la felicidad a sorbos y no lo sabíamos. Los seres amados que ya no están pero sí están. Y las fotografías su constancia acusadora. El tiempo nos ha vencido. Hemos sido derrotados por el transcurso de las horas y sólos nos quedan la memoria de los momentos dichosos, fugitivos. Fotos escondidas en el fondo de los cajones porque te hacen llorar. Por los seres y los tiempos caídos.

La edad me pesa en el silencio unánime
De la noche tranquila, grande, sola
Accidente no hay que me distraiga
De ese mar que tendiendo va su ola

Te preguntas, te pregunto, cómo imaginas al viejo que esperas ser. ¿En qué ocuparás tu tiempo, tus momentos antes de que sobrevenga la gran derrota y marches al país del que nadie ha vuelto?

Mis límites estrechan mi camino
me privan de contactos, de placeres
Por experiencia sé, no lo adivino,
Lo que tú, realidad sin vallas, eres
Tú de hoy. Yo de ayer. Amargo sino

Ahora, desde el meridiano intuyes lo que no harás mas tampoco estás seguro de cuál será tu condición tres décadas después. No te ves jugando a las cartas como un tahúr aburrido desde las primeras horas de la atardecida hasta que el conserje del edificio público te eche con las inquietas sombras de la noche. Apostando céntimos en cada partida como si tu bolsa y tu vida se fueran en cada envite. Un correoso estratega de los naipes que no sabrá vencer la jugada a la tétrica dama.

Desde este tiempo, no te observas treinta años después acudiendo presto a los bailes de los fines de semana, bailando música demodé de otras épocas pretéritas que serían las tuyas, tratando de ligarte a alguna mujer cuando en tus años mozos fuiste incapaz de hacerlo y ahora, acuciado por noches solitarias, sin salida, te ves honradamente necesitado de una mujer que te acompañe en la cama. Esperar el comienzo del baile y la orquesta dos o tres horas antes de su inicio, te parece anodino, una forma tan estúpida como otra de dejar correr los minutos que te sobran y te faltan. Tú que nunca has sido un bailarín, ahora saliendo a la pista a la conquista de alguna gatita, necesitada como tú de alguna pizca de compañía y voluptuosidad con el declive de la tarde. Y si tus zarpazos de galán atrasado no han surtido el deseado efecto, esperar otro finde, otra tarde, otra ventura más proclive. Terrible afán buscar el amor desesperado

...Y me siento envejecer
entre esas gentes lejanas
que apenas tienen ayer

Tampoco te imaginas participando en excursiones multitudinarias a localidades costeras en temporada de invierno, viajando en grupo cual ovejita del rebaño por la piel de las Españas. Nunca has sido un animal gregario caminando feliz y despreocupado en buena compañía. De natural siempre has sido lobo estepario que has buscado tus caminos y tu felicidad en solitario y no teleridigido. Pero los años, las necesidades y las derrotas nunca sabes cómo pueden torcer los designios del hombre en declive, vencido por la carrera de la edad. Si de joven no has recorrido los caminos, valles y veredas, ¿te ves de viejo devorando kilómetros y carreteras a la búsqueda de nuevos paisajes e imágenes que ya no retendrá tu memoria?

Te gusta ser andarín pero no a cualquier precio de pieza gregaria pero nunca se sabe ni se sabrá. Aquellos viajes que nunca hiciste por tu pánico al avión, las alturas, las nubes coronando tu cabeza y tu terrible sensación de vértigo, de inseguridad y vacío a tus pies. ¿podrás vencerla al fin de los días? ¿Irás entonces a los territorios vetados de Roma, Jerusalén, San Francisco, Nueva Orleans, Brujas, Capri, Grecia? ¿Serás capaz en el ocaso de tus días de recorrer Europa cuando no lo hiciste en la mediana edad y el tiempo te esperaba todavía en los labios?

Ruegas y pides al Supremo Hacedor, si te escucha, si te observa, si te comprende, si te ama, que si llegas a la edad definitiva, puedas hacerlo en condiciones decentes, con lucidez en la mente y memoria y salud para aguantar los achaques. Aunque seas un viejo solitario y triste, ejercicio que ya aprendiste desde joven. Y a lo mejor te da por aprender a tocar la guitarra, mejorar con los malditos ordenadores o nadar o vete a saber qué pero nunca nunca hacer manualidades o pintar, actividades que ya odiaste desde tus tiempos de mocedad e instituto.

Las horas del amor habrán pasado...
Mientras, ay, la vejez mantiene en medio
de círculos estrictos a quien sigue
fiel a su juventud, jamás extinta
Dentro de esa prisión que la circunda,
Ajena al yo central más entrañable

Miras a tu padre y te miras. La derrota que circunda su cuerpo cansado es la derrota de tu hombre en la medianía. Ya sabes que nunca serás el tipo importante que soñaste ser. Que nadie te recordará cuando te hayas ido, que serás pasto de los días y el olvido y los hombres seguirán con sus afanes. Deduces que nunca pasarás a la historia de nada y ningún manual te escogerá entres sus páginas impresas o digitales. Que serás camino de silencio, huella que otros borrarán a los pocos días, en pocas jornadas. Ya en la treintena descubriste que nunca serías alguien importante y en la cuarentena y cincuentena estás asimilando la caída de las banderas. Como tu padre que nunca llegó a nada pero creó su pequeño imperio particular: su trabajo, su casa, su familia, sus amigos y tú estás en medio de nada, sin que tus manos hayan construido ningún cimiento. Soñador del aire, futuro espejo del vacío y el silencio. Hasta que la sombra final te lleve, esperas que alguien te bese con el último adiós.

Vejez
Y recordó con su memoria
fiel a una esencia que ya era fragancia
Las horas -muchas, muchas, tan felices
De trabajo, de amor. Y conmovido
Sintió: ¡Qué importa el resto!

-No. Me importa

A mi buen padre, Francisco Gómez Bermúdez

 



 

 

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